lunes, 31 de agosto de 2020

45 horas

Buscamos desaparecer. Buscamos la invisibilidad. Solo nos ocurre a veces. Cuando lo que pasa, sea una catástrofe doméstica o una pandemia o un pequeño seísmo interior, estalla. Me dieron 48 horas para evadirme y me agarré a ellas como un clavo ardiendo, buscando con ahínco un lugar inhóspito, sin distracciones más allá del grillo o el cielo. Lo logré. Encontré un hotelito rural en Ipiés, Aragón, y éste es mi homenaje a esas 45 horas (perdí 3 horas por el camino) allí vividas.




Casa de Luminosa


Llueve sin nube

en un cielo aragonés desconocido.

El ciprés asoma tras el tejado desgastado.

Los árboles, los pocos que hay,

bailan cohibidos.

Se presiente aguacero

y leo más deprisa

en el confín de esta tierra seca

prepirenaica,

de apellido silencio.

 

Campos de cereal

Románico inhóspito.

 

Celaje

Olvido

Turbión

Lontananza

Pinocha

Bonanza

 

Mantelito de cuadros y servilletas de lino.

Vino de la tierra.

La perfección es sencilla,

no hay nadie.

 

 

Me encuentro al final de la carretera,

en un diminuto paraíso del Alto Gállego,

entre campos de labranza y bosques 

de pinos y robles,

alternados con extensas áreas de salagón.

Ésta es la Casa de Luminosa,

a cuidarme vine,

a desentenderme de la raza humana,

a leer, a escribir y a dormir.

 

Me siento en el jardín y cierro los ojos

bajo el agua que cae de la no nube.