viernes, 26 de julio de 2013

Poesía de Celaya


El otro día, un domingo caluroso y de cielo azulísimo, llegué a casa tras un maravilloso día de playa y actividad con los amigos. Estaba agotada. Tenía que escribir un poema para recitar en la boda de una muy buena amiga y decidí coger de mis estanterías un buen abanico de libros de poesía para hojearlos tranquilamente en la bañera, en búsqueda y captura de la inspiración. Me iba a dar un buen baño ilustrado, de esos que hacía tiempo que no disfrutaba!

Tras mirar y releer versos sueltos, poemas casi olvidados entre las páginas, párrafos subrayados (desde que empecé a leer tengo la manía de subrayar aquello que me gusta, con lapiceros de colores; es un mal vicio, pero así hago míos los libros, y me beneficio de ello cuando quiero repasar algo de un autor en breve tiempo, los subrayados llamativos suplicando atención...), me di cuenta, de repente, de que estaba completamente absorta desde hacía un rato en un mismo libro:

Gabriel Celaya Poesía (Alianza editorial, 1977)
Introducción y selección de Ángel González

Completamente manoseado, que bien ha sufrido acompañándome de mudanza en mudanza, y que _si no mal recuerdo_ lo tomé "prestado" de la biblioteca de mi padre. Como tantos otros... (siempre te lo agradeceré!).

Bueno, pues sin desviarme del asunto, me gustaría dedicar mi entrada a este grandísimo y original poeta, que hacía tiempo no leía y que me dejó completamente ensimismada hasta que me inundó el agua fría y no tuve más remedio que salir de la bañera...

Aquí os muestro algunos de los poemas culpables de ello, la selección me ha resultado complicada, tenía aproximadamente la mitad del libro subrayado, por lo que de algunos os muestro únicamente fragmentos (y os animo a leerlos, que la extensión no os asuste, os veréis recompensados...):



Todas las mañanas cuando leo el periódico

Me asomo a mi agujero pequeñito. 
Fuera suena el mundo, sus números, su prisa, 

sus furias que dan a una su zumba y su lamento. 

Y escucho. No lo entiendo. 


Los hombres amarillos, los negros o los blancos, 

la Bolsa, las escuadras, los partidos, la guerra: 

largas filas de hombres cayendo de uno en uno. 

Los cuento. No lo entiendo. 


Levantan sus banderas, sus sonrisas, sus dientes, 

sus tanques, su avaricia, sus cálculos, sus vientres 

y una belleza ofrece su sexo a la violencia. 

Lo veo. No lo creo. 


Yo tengo mi agujero oscuro y calentito. 

Si miro hacia lo alto, veo un poco de cielo. 

Puedo dormir, comer, soñar con Dios, rascarme. 

El resto no lo entiendo. 


La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,


cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.



[...]

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.


Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica, qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.



Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.



No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.



Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.


Debo ser algo tonto

Debo ser algo tonto
porque a veces me ocurre que me pongo a hablar solo,
y digo cosas locas,
digo nombres bonitos de muchachas y barcos
o títulos de libros que nadie ha escrito nunca.

Babeo, grito y lloro.

Los verbos absolutos me llenan de ternura

y esas vocales sueltas, inútiles, redondas,

que vuelan para nada,

me elevan boquiabierto hacia no sé qué gozos.


Soy feliz y, por eso, también un poco tonto.


Contigo

Cuando te tengo y me tienes,
somos la eterna pareja,
somos la forma indivisa,
somos isla en las tinieblas.
Cuando navego fundido
por tu espesada indolencia,
cuando, abrazándose, encuentro
la redondez del planeta,
somos a muerte la vida
que en mí tiembla, que tú encierras.
Allá fuera queda el mundo
con sus relojes a vueltas,
sus faroles alienados,
sus timbres siempre de urgencia.
Aquí dentro, tú y yo juntos
completamos la conciencia.

[...]

Parece que todo empieza y
acaba cuando sonrío
recogiéndote, apretado
calor pequeño y sombrío,
delicia casi sin forma.
¿Oh, mi dulce animalito
de ojos vivos!, te descubro
y empiezo por el principio.
Por ti, todo me resulta
tan justo como sencillo.
Todo bello, tan concreto,
que sobran los adjetivos.
Fechas, cielos, horas, sitios
exactos y nombres propios
me bastan; y en el instante
vulgar hallo un paraíso.

Enumero: Tximistarri,
Nordeste, trece de junio,
dieciséis grados, dos tarde,
mar picado, viento vivo.
Y ese momento, de pronto,
contigo al lado, es distinto.
Nos bañamos. Devoramos
huevos duros, bocadillos,
tomates con mayonesa
y tanto da, nos reímos.
Y una alegría tremenda
de tenerte, de estar vivo,
de ser así como somos,
mágicamente sencillos,
me enseña cómo se puede
prescindir de lo infinito.

Cada instante es un instante
en que se da lo absoluto.
En cada gozo concreto
tengo la vida en un puño.
La corbata que he estrenado,
el cigarrillo que fumo,
el olor de una manzana,
el besarte que disfruto,
son actos que, bien vividos,
dan lo total en un punto.
Nada es vulgar, nada es vano
si en ello, a fondo, me sumo.
Cuando el pulso bate lleno
no hay pasado, ni hay futuro,
sólo hay presente, regalo,
cuerpos y actos, ser maduro.

[...]

Vamos así por el mundo
caminando, sonriendo,
recogiendo luces chicas
con la punta de los dedos
y poniendo telegramas
de alegría para el pueblo.
...
Mas nosotros, de la mano,
vamos andando y pidiendo
la libertad que queremos
para todos, al querernos.



Todo vale la pena

TODO vale la pena.
Espero ansiosamente telegramas que digan,
por ejemplo: "Aceptado", o: "Llegué bien. Abrazos."
Pago cualquier precio por un coñac decente;
pierdo noches enteras con cualquier muchacha.

Todo vale la pena.

Todo me arrebata y esto es lo terrible;

todo me apasiona y es, sin embargo, tonto;

todo debería parecerme nada,

mas las naderías son mi vida, mi todo.



Todo vale la pena.

Llevo el capital social de mi negocio

como un piel-roja lleva su pluma arrogante.

Es una miseria; no significa nada;

mas mi sangre suena: vivo, soy dichoso.






miércoles, 3 de julio de 2013

Andábamos sin buscarnos...

No voy a contaros lo avergonzada que me siento habiendo descuidado a este mi blog, que con tanto entusiasmo tetrasílabo comencé hace unos meses. Por lo que me centraré en el motivo que me ha impulsado a venir hoy a casa corriendo con una idea en la cabeza. Se acaban de cumplir los 50 años de RAYUELA, esa novela talismán, la gran novela de Julio Cortázar que tanto nos ha impactado y cuya aparición supuso una revolución literaria.

Me acuerdo de que la leí con mis 18 añitos, recién llegada a Madrid, con el corazón henchido de la exaltación de salir de casa y  la incertidumbre de qué me iba a mostrar el mundo y la vida a partir de ese momento.Me quedé embelesada con la curiosa manera en que Oliveira la llamaba a ella, la Maga. Me pareció el colmo del magnetismo, de la fascinación, del embrujo que yo creía percibir como cercano al amor. Que te llamen la Maga,..., digamos que lo vislumbraba como una fantasía, un sentimiento excesivo que se presumía irreal.

Hoy leyendo el periódico y dándome cuenta de que ya han pasado tantos años, me he acordado cómo una tarde de verano, allá por 1998, por el Templo de Debod en Madrid, paseaba yo con un chico de clase que me gustaba y que se acercó todo nervioso y me entregó un pergamino enrollado en el que había escrito:


"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.


Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra."



Fue realmente tierno leer esas palabras, esa última frase destacada para mí, cuya lectura culminó en un bonito beso. Aquellas tardes sin prisas, de ilusión joven y brisa cálida que nos abrazaba. Poco después, me llamaba Maga, y paradójicamente, yo me asusté tanto que acabé desapareciendo...