Ilustración Alba Miranda |
Un rayo es una diferencia de voltaje entre el cielo y la
tierra,
me explica él al volante del Mustang.
Galopando las carreteras de Florida
hemos presenciado el cielo encendido
atravesado por hilos de luz.
Un acercarse feroz del aquelarre.
Intento contar los rayos
muy concentrada,
uno, dos, ocho, trece, diecinueve…
…me pierdo, son veloces.
Y tan bellos.
Sigue contándome maravillas de
la electricidad estática,
su impacto sobre la atmósfera
y el aire, los voltios
y chispas que origina,
las nubes de tormenta.
Y me la imagino esbelta y terrible,
como una Medusa de mirada salvaje
y temperamento irascible,
solitaria,
huraña divinidad
en la naturaleza.
La gente en los coches mira hacia arriba,
se huele la quietud reinante,
las descargas brillantes,
fulgor natural,
escenario eléctrico.
Hechizados, avanzando ensimismados
al despertar titánico del cielo,
a la boca del hambriento,
al sordo, quedo estrépito.
Un rayo es una diferencia de voltaje entre el cielo y la
tierra,
se me graba la frase en la carne.
Pienso en las discusiones de pareja,
en los momentos en que parece
que todo se resquebraja.
Y se me dibuja la escena como
una tormenta eléctrica, muda,
quemazón inclemente.
Rayos de nube
a tierra, de tierra
a nube, de
nube a nube,
trayectos mágicos de fragor sincero,
rayos de corazón a sangre,
descarga sin retorno.
Vivaracho, con el pelo
revuelto y disfrutando el momento,
me cuenta que hay
un tipo de rayo llamado staccato,
de flash cegador y tiempo fugaz.
No puedo evitar sonreírme ante la analogía,
el amor marchito, muerto
de staccato,
por diferencia de voltaje entre los amantes.
Sigo intentándolo,
uno, dos, ocho, trece, diecinueve…