AXE PEACE | Make Love, Not War (Official :60)
En estos tiempos de sobreinformación, noticias sesgadas de medios de comunicación dependientes y sociedad intoxicada de la avalancha de mensajes vía webs, media, redes sociales, etc, cada vez se ve más mermada nuestra capacidad para discernir, para saber quedarnos con lo relevante y valioso, ya sea para el conocimiento como para nuestras emociones.
Es verdad que los anuncios de publicidad emocional empiezan a hacerse algo cansinos _debo confesar que siempre me enternecen_ y que los pobres creativos se deben devanar los sesos para dar con la fórmula que conecte ipso facto con el espectador. Aquí os dejo un anuncio que me ha encantado, por sencillo, por su mensaje claro y certero (nunca nos cansa la máxima jipi de MAKE PEACE, NO WAR), por su fotografía y por lo apropiado y actual que resulta hoy en día.
viernes, 17 de enero de 2014
miércoles, 8 de enero de 2014
Elogio del torpe primer beso
De lo que más me entretiene en el mundo es coger revistas viejas acumuladas y, con el propósito de tirarlas y deshacerme de ellas para siempre tratando inútilmente de que no colonicen y habiten más km2 de mi hogar, recortar imágenes, números, palabras, ideas, como material de collage. Me parece un crimen tirar papel de cualquier tipo a la basura sin antes desgranarlo visualmente a ver si algo me sirve como materia prima para posteriores fotomontajes caseros.
Pues en ello estaba, cuando me he topado con una edición de El Duende del año 2009 dedicada a los besos. Sin poder evitarlo, me la he leído entera. Es lo que tiene acumular, que luego tardas siglos en tirar...me distraigo con cada maldito artículo!
Aquí comparto con vosotros un "Elogio del torpe primer beso" escrito por Andrés Barba, que me ha gustado y me ha hecho viajar a la adolescencia. He eliminado algún párrafo por no eternizarlo, pero recomiendo su lectura:
De los besos quizá se podrían sostener todas las afirmaciones posibles, de los primeros besos no tantas. De los besos atropellados, de los que caen por su propio peso, de los que han precisado cierta dosis etílica previa para terminar de lanzarse, de los muy deseados y de los que ocurren como los accidentes o como los tropezones _uno se vuelve y ahí estaba: el beso_, de los mentirosos o de los lúbricos, primeros todos, cuando se dan por primera vez -como las familias felices de Tolstoi- tienen algo en común. Hay como un batiburrillo inicial de largas costumbres. Ni el mismo chiste hace gracia a las mismas personas ni hay dos seres en este planeta que besen idéntico, pero cuando uno besa a alguien por primera vez tira, como quien dice, de lo primero que conoce, o de lo que le ha funcionado casi siempre. Como es de prever que la otra persona está haciendo lo mismo lo más corriente es que se produzca un desacuerdo. No un gran desacuerdo, sino más bien un desacuerdo minúsculo y patoso, que es parte integrante y fundamental de la gracia del primer beso y que consiste sobre todo en una dolorosa arritmia: cuando uno gira la cabeza hacia un lado la otra hace lo mismo, pero no hacia el lado opuesto sino hacia el mismo, por lo que parece más una coreografía de Bonnie M que un beso en condiciones, basta que uno entreabra los los labios para que la otra los cierre, o que los cierre uno para que ella los abra, y hasta hay ocasiones en que uno tiene la sensación de que en esa boca que se besa por primera vez todo es dientes, dientes por todas partes (no hay enemigo más furibundo del primer beso que los dientes) o que se ha llevado -como en los cuentos- la lengua el gato, o alguien que no es el gato.
Otro enemigo furibundo del primer beso es la nariz. Quien tiene una nariz como Dios manda ha de estar muy pendiente. La nariz puede muy fácilmente chocar con la otra nariz (o no caber en lugar alguno, porque las narices, cuando se besa, en algún lugar tienen que meterse las pobres, no van a desaparecer), pueden también irse directas al ojo de la incauta (por eso las mujeres siempre cierran los ojos cuando besan por primera vez, no es romanticismo: es miedo) o pueden sencillamente molestar, porque las narices molestan también, a su triste y nasal manera.
Pero el primer beso nos guarda muchas sorpresas aún. Tal vez la menor de todas no sea la extrañeza que produce comprobar una y mil veces lo mucho que cambia una cara vista tan de cerca. Tal vez por eso cierren las chicas los ojos: para no tener que verlo. A veces los cambios son tan sorprendentes que uno se pregunta si no le habrán cambiado a uno la persona en el último segundo. Hay gente que gana en la microdistancia y gente que pierde casi todos sus puntos. Basta, en cualquier caso, con cerrar los ojos y quererla por lo que es, o lo que esperamos que sea, o lo que fue cuando era niña pequeña y no hacía nada malo.
Pero la gran asignatura pendiente del primer beso, qué duda cabe, es el gusto. Cada uno tiene el suyo -su gusto y sus gustos- y jamás se debería olvidar que igual que las personas saben, nosotros también les sabemos a otras personas, tal vez no siempre no todo lo bien que nos gustaría. Yo soy un gran fan -en los primeros besos- de los gustos inesperados. Y es que el gusto -como el tamaño de ciertas cosas- son siempre la gran sorpresa y el lugar en torno al que se genera el mayor número de expectativas. Son también los grandes delatores del alcohol ingerido o los pitillos fumados, pero hay que ser indulgente con los sabores nuevos.
El primer beso será siempre esa criatura retráctil y un poco patosa. Si se parece más a un golpe que a una carantoñano es desde luego culpa suya, ni quizá nuestra. Y es que si cada uno vive como puede no es menos cierto que cada cual besa también como Dios le da a entender. O al menos la primera vez.
Pues en ello estaba, cuando me he topado con una edición de El Duende del año 2009 dedicada a los besos. Sin poder evitarlo, me la he leído entera. Es lo que tiene acumular, que luego tardas siglos en tirar...me distraigo con cada maldito artículo!
Aquí comparto con vosotros un "Elogio del torpe primer beso" escrito por Andrés Barba, que me ha gustado y me ha hecho viajar a la adolescencia. He eliminado algún párrafo por no eternizarlo, pero recomiendo su lectura:
De los besos quizá se podrían sostener todas las afirmaciones posibles, de los primeros besos no tantas. De los besos atropellados, de los que caen por su propio peso, de los que han precisado cierta dosis etílica previa para terminar de lanzarse, de los muy deseados y de los que ocurren como los accidentes o como los tropezones _uno se vuelve y ahí estaba: el beso_, de los mentirosos o de los lúbricos, primeros todos, cuando se dan por primera vez -como las familias felices de Tolstoi- tienen algo en común. Hay como un batiburrillo inicial de largas costumbres. Ni el mismo chiste hace gracia a las mismas personas ni hay dos seres en este planeta que besen idéntico, pero cuando uno besa a alguien por primera vez tira, como quien dice, de lo primero que conoce, o de lo que le ha funcionado casi siempre. Como es de prever que la otra persona está haciendo lo mismo lo más corriente es que se produzca un desacuerdo. No un gran desacuerdo, sino más bien un desacuerdo minúsculo y patoso, que es parte integrante y fundamental de la gracia del primer beso y que consiste sobre todo en una dolorosa arritmia: cuando uno gira la cabeza hacia un lado la otra hace lo mismo, pero no hacia el lado opuesto sino hacia el mismo, por lo que parece más una coreografía de Bonnie M que un beso en condiciones, basta que uno entreabra los los labios para que la otra los cierre, o que los cierre uno para que ella los abra, y hasta hay ocasiones en que uno tiene la sensación de que en esa boca que se besa por primera vez todo es dientes, dientes por todas partes (no hay enemigo más furibundo del primer beso que los dientes) o que se ha llevado -como en los cuentos- la lengua el gato, o alguien que no es el gato.
Otro enemigo furibundo del primer beso es la nariz. Quien tiene una nariz como Dios manda ha de estar muy pendiente. La nariz puede muy fácilmente chocar con la otra nariz (o no caber en lugar alguno, porque las narices, cuando se besa, en algún lugar tienen que meterse las pobres, no van a desaparecer), pueden también irse directas al ojo de la incauta (por eso las mujeres siempre cierran los ojos cuando besan por primera vez, no es romanticismo: es miedo) o pueden sencillamente molestar, porque las narices molestan también, a su triste y nasal manera.
Pero el primer beso nos guarda muchas sorpresas aún. Tal vez la menor de todas no sea la extrañeza que produce comprobar una y mil veces lo mucho que cambia una cara vista tan de cerca. Tal vez por eso cierren las chicas los ojos: para no tener que verlo. A veces los cambios son tan sorprendentes que uno se pregunta si no le habrán cambiado a uno la persona en el último segundo. Hay gente que gana en la microdistancia y gente que pierde casi todos sus puntos. Basta, en cualquier caso, con cerrar los ojos y quererla por lo que es, o lo que esperamos que sea, o lo que fue cuando era niña pequeña y no hacía nada malo.
Pero la gran asignatura pendiente del primer beso, qué duda cabe, es el gusto. Cada uno tiene el suyo -su gusto y sus gustos- y jamás se debería olvidar que igual que las personas saben, nosotros también les sabemos a otras personas, tal vez no siempre no todo lo bien que nos gustaría. Yo soy un gran fan -en los primeros besos- de los gustos inesperados. Y es que el gusto -como el tamaño de ciertas cosas- son siempre la gran sorpresa y el lugar en torno al que se genera el mayor número de expectativas. Son también los grandes delatores del alcohol ingerido o los pitillos fumados, pero hay que ser indulgente con los sabores nuevos.
El primer beso será siempre esa criatura retráctil y un poco patosa. Si se parece más a un golpe que a una carantoñano es desde luego culpa suya, ni quizá nuestra. Y es que si cada uno vive como puede no es menos cierto que cada cual besa también como Dios le da a entender. O al menos la primera vez.
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