jueves, 17 de marzo de 2016

8 días


Escribo en la cama, junto a Frida.
Siento su respiración de bebé
            con 8 días de vida.
Es tan bella.
Me cuesta no mirarla.

Su pequeñez hace aflorar
mi versión delicada
y hasta mis dedos
se mueven a otro ritmo,
con una candidez desconocida.

Todo se olvida a una velocidad angustiosa.

Sólo hace dos años
y ya había olvidado cómo cuidar
un ser tan diminuto.
Es reaprender continuamente.
Esta vez a ser madre de una criatura
que recién respira, como si no
hubiera nada más importante.
Y lo hago concentrada, tierna,
como se merece.






















Frida me miró cuando, flotando
desde mis entrañas,
aterrizó en mi pecho.
He parido una niña de mirada lúcida
y manos distinguidas.
No se la oye,
vive en paz,
entre mimo y sueño,
entre pecho y leche.

Esta niña será brillante,
lo presiento.
Por lo menos, de momento,
ya siento un fuego extraño por fuera,
más luz por dentro.
Inconmensurable.

Me siento bien.

mujer
madre
maravillada


Aún con sangre y dolor en mi útero,
la sigo observando.
El dolor de dar vida.
Desgarro.
Generosidad.

_Es tu hija, mírala_ me decías,
acariciándome la frente mojada.

La miré.
Y me sumergí
en ese pozo sin retorno,
sin ctrl+zeta.



Sigo esperando las flores que no llegaron.